La Niña de los Explosivos

Es increíble cómo te puede revolver una imagen en tan solo unos minutos.

Estaba tranquilamente en el sofá, acababa de ver un par de películas de Netflix, de estas de domingo por la tarde, comedias con las que eliminar el tedio que provoca el pensar que se acaba el fin de semana.

Cambiando de canales en la tv pasé por la 8 de León, en la que estaban dando las imágenes de como echaban abajo las torres de la térmica de la Robla.

Fue ver esa imagen y caer lágrimas por la cara (ya lo se, soy una plañidera, pero qué le vamos a hacer, va conmigo en el lote).

Una derrota más de nuestra tierra, ya pierde uno la cuenta de cuántas llevamos. Las lágrimas fueron por esa caída, por la pérdida de un emblema más de nuestra casa, por la pérdida de la minería, a pesar de las marchas y de las valientes luchas de los mineros, pero también por ver una parte de mi vida que hacía tiempo que no había querido volver a ver, porque sinceramente no podía, pero no me dio tiempo a cambiar de canal y ahí estaban, la dinamita, los detonadores, los polvorines, en definitiva, mi casa y todo volvió a mi cabeza como un boomerang.

Es difícil, muy difícil, cuando lo que ha sido toda tu vida, lo que levantó con tanto esfuerzo y trabajo tu progenitor, tuvo el final que tuvo, por la desidia y la dejadez de unos y otros que consideraron que el carbón no era ya bien visto y no convenía en este “mundo moderno”. Más si cabe cuando ahora estamos en un momento en el que todos nos echamos las manos a la cabeza por el precio que va a tener el gas y no tenemos energías alternativas, solo ideas imaginativas de cómo ahorrar, algo que evidentemente no nos va a quedar más remedio que controlar al común de los mortales si queremos llegar a fin de mes, aunque sea a base de arrechucharnos los unos a los otros recurriendo al tradicional calor humano, que es el que más ha unido siempre a las personas de bien.

Hay tantos momentos de mi vida asociados a esos polvorines y a todo lo que conllevaba ese sector y esa vida, que por eso yo siempre me he considerado dinamitera, descendiente de mineros y como no, lo que más orgullosa he llevado siempre por bandera, ser “la niña de los explosivos”.

Así me definió una vez una persona de un cuerpo de seguridad del estado, cuando se refirió a mi hablando con el que había sido un amigo especial de la infancia. Esa definición me encantó y siempre me la he guardado como un tesoro, porque para mi representa lo que soy y es todo un orgullo.

Hablando de ellos, ahora me viene una sonrisa a la cara cuando mi hermana y yo siempre nos hacíamos unas risas al imaginarnos en el cuartel de la guardia civil identificadas con los carteles que allí tendrían de personas buscadas, en nuestro caso no por ese motivo, sino porque por ser quienes éramos, nos conocían todos. Por haber vivido en ese mundo compartimos muchas vivencias con ellos, al igual que tuvimos que mirar a nuestras espaldas muchas veces, porque uno nunca sabía lo que le esperaba a la vuelta de una esquina, lo cual nos hacía comprenderles mucho más que otras personas. Gracias a ello han quedado grandes amigos y sobre todo un gran respeto y admiración. Aunque he de reconocer que cuando era pequeña consideraba que me tenían demasiado controlada, je je je je, pero con los años te quedas solo con las cosas buenas.

Hay olores que no se te van de la mente a pesar del paso del tiempo, ni imágenes, ni momentos vividos, eso es lo que me queda de los polvorines y con lo que siempre he querido quedarme. A veces cierro los ojos y vuelvo a estar por allí brujuleando. Yo soy quien soy, gracias a su existencia.

Ahora están en muy buenas manos y solo espero que nunca más vuelvan a apagar esas mechas, que sigan juntando los cartuchos de dinamita con el explosor y con el cordón detonante y que sigan haciendo voladuras, pero no para destruir, sino para crear, para dar vida, como siempre han hecho.

“Mi Eterno Agradecimiento,

La Niña de los Explosivos”

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